Desde el comienzo había sido una de esas relaciones especiales cuyo futuro parece previsto antes de suceder. Como si antes de intuir que iban a conocerse, ya estuvieran trazados los indicios de lo que más tarde ocurriría.
Vladimir no sabía a ciencia cierta cómo ni cuándo había empezado todo. Quizás cuando le preguntó a Lilí si creía en la intuición o posiblemente cuando le advirtió que al ver su foto le parecía que la conocía de algún lado, sin saber de dónde. Él podía asegurar que se habían conocido en otra vida, porque era imposible que una energía tan poderosa fluyera entre dos cuerpos, sin que ésta tuviera sus orígenes en lo metafísico.
Tal como una bola de nieve que va rodando por una larga pendiente en declive, ganando mayor impulso en cada trecho que avanza, justo así había dado inicio el transcurso gozoso de su ineludible historia, mientras sus miradas se fundían en una sola entidad que sobrepasaba los confines del pasado.
La reveladora impresión de vivir un dejá vú, se apropiaba de los pensamientos de Vladimir; cuando lograba reaccionar, parpadeaba rápidamente, sacudiendo la cabeza como si tratara de salir de su propio ensueño, descendiendo de esa nube en la que se hallaba extraviado para volver a sentir el contacto de sus pies sobre la tierra.
Pero en esas alturas, más allá de su alcance, veía a Lilí con sus extremidades desnudas tan perfectas como una escultura en la penumbra, con sus profundos ojos repletos de secretos a medio revelar; más hermosa de lo que era en sus recuerdos, donde su cuerpo increíblemente sensual esperaba ser admirado únicamente por Vladimir.
Nadie que la conociera habría creído que la mujer indecisa y escéptica que antes era, cambiara tanto y de pronto aceptara sus halagos como verdades absolutas. Aunque de inmediato descartó que fuera ese el único motivo, Lilí creía que la admiración que le despertaba su forma de plasmar las ideas, tenía que ver con lo que sentía, porque hasta entonces no le había sucedido nada semejante.
Detrás de cada conversación, se quedaba con una sensación eléctrica entre la piel y el alma, preguntándose porqué le surgía esa reacción sin precedentes. Por eso no tuvo miedo de explicarle, en una de tantas pláticas, que sentía una conexión muy fuerte y suponía que también Vladimir la había sentido. Él lo reconocía, pues la anhelaba tanto que ya no podía negarlo.
Ciertamente, había algo en ella que le proyectaba mucha confianza, como si la conociera desde siempre. Se hallaba tan cómodo hablando con ella que incluso creía que podía confesarle lo inconfesable. Él estaba seguro de que esa mujer volvería a ser suya en algún momento. No estaba seguro por cuánto tiempo, pero algo en su interior le anunciaba que sería de tal modo.
El hecho era que Lilí le seguía interesando. Recostado en la cama de su alcoba, Vladimir continuaba estudiándola en una especie de contemplación enigmática, mientras repasaba con detalle la turgencia incitante de sus pechos, sumido en ese fuego lento y constante por el que flotaba magistralmente.
En otras ocasiones se había negado el placer de dejarse llevar por sus arrebatos, pero en el presente, deseaba estar con ella, entregarse sin miramientos a esa pasión intensa que lo consumía para volver a experimentar esa conexión de las almas a un nivel más allá de lo imaginado. De algo sí estaba convencido; su historia no había terminado ni terminaría nunca, pues bien podría seguir sucediendo vida tras vida, por toda la eternidad.
Vladimir no sabía a ciencia cierta cómo ni cuándo había empezado todo. Quizás cuando le preguntó a Lilí si creía en la intuición o posiblemente cuando le advirtió que al ver su foto le parecía que la conocía de algún lado, sin saber de dónde. Él podía asegurar que se habían conocido en otra vida, porque era imposible que una energía tan poderosa fluyera entre dos cuerpos, sin que ésta tuviera sus orígenes en lo metafísico.
Tal como una bola de nieve que va rodando por una larga pendiente en declive, ganando mayor impulso en cada trecho que avanza, justo así había dado inicio el transcurso gozoso de su ineludible historia, mientras sus miradas se fundían en una sola entidad que sobrepasaba los confines del pasado.
La reveladora impresión de vivir un dejá vú, se apropiaba de los pensamientos de Vladimir; cuando lograba reaccionar, parpadeaba rápidamente, sacudiendo la cabeza como si tratara de salir de su propio ensueño, descendiendo de esa nube en la que se hallaba extraviado para volver a sentir el contacto de sus pies sobre la tierra.
Pero en esas alturas, más allá de su alcance, veía a Lilí con sus extremidades desnudas tan perfectas como una escultura en la penumbra, con sus profundos ojos repletos de secretos a medio revelar; más hermosa de lo que era en sus recuerdos, donde su cuerpo increíblemente sensual esperaba ser admirado únicamente por Vladimir.
Nadie que la conociera habría creído que la mujer indecisa y escéptica que antes era, cambiara tanto y de pronto aceptara sus halagos como verdades absolutas. Aunque de inmediato descartó que fuera ese el único motivo, Lilí creía que la admiración que le despertaba su forma de plasmar las ideas, tenía que ver con lo que sentía, porque hasta entonces no le había sucedido nada semejante.
Detrás de cada conversación, se quedaba con una sensación eléctrica entre la piel y el alma, preguntándose porqué le surgía esa reacción sin precedentes. Por eso no tuvo miedo de explicarle, en una de tantas pláticas, que sentía una conexión muy fuerte y suponía que también Vladimir la había sentido. Él lo reconocía, pues la anhelaba tanto que ya no podía negarlo.
Ciertamente, había algo en ella que le proyectaba mucha confianza, como si la conociera desde siempre. Se hallaba tan cómodo hablando con ella que incluso creía que podía confesarle lo inconfesable. Él estaba seguro de que esa mujer volvería a ser suya en algún momento. No estaba seguro por cuánto tiempo, pero algo en su interior le anunciaba que sería de tal modo.
El hecho era que Lilí le seguía interesando. Recostado en la cama de su alcoba, Vladimir continuaba estudiándola en una especie de contemplación enigmática, mientras repasaba con detalle la turgencia incitante de sus pechos, sumido en ese fuego lento y constante por el que flotaba magistralmente.
En otras ocasiones se había negado el placer de dejarse llevar por sus arrebatos, pero en el presente, deseaba estar con ella, entregarse sin miramientos a esa pasión intensa que lo consumía para volver a experimentar esa conexión de las almas a un nivel más allá de lo imaginado. De algo sí estaba convencido; su historia no había terminado ni terminaría nunca, pues bien podría seguir sucediendo vida tras vida, por toda la eternidad.