Desde hacía varios años, Romina era una de las mejores amigas de Lilí. Por eso no dudaron en aceptar la invitación a su fiesta. Cuando se acercaron a saludarla lucía una larga cabellera y un cuerpo bien constituido, magro, como de modelo.
–Hola, quiero darles la bienvenida, y presentarlos con todos. De este lado Mike y su novia Brenda; ellas son las hermanas Téllez, canadienses por elección pero de nacionalidad mexicana y por allá está Greco Cantú, con sus amigos de la capital y su familia.
–Mucho gusto, –respondieron a cada uno mientras iban estrechando sus manos.
Tan pronto los músicos amenizaron la velada, Vladimir y Lilí danzaron al ritmo de una pista que les abría espacio para que mostraran sus mejores pasos. Su acoplamiento era tal, que de pronto era como si estuvieran ejecutando la misma coreografía. Al bailar, las caderas de Lilí oscilaban a diestra y siniestra; sus movimientos se acentuaban por las zapatillas de tacón alto.
El vino corrió en grandes cantidades mientras los invitados debatían acaloradamente sobre moda, religión, política, economía y demás temas controvertidos. Cada quien defendía su punto de vista y para calmar los ánimos, o para encenderlos más todavía, se dispusieron a jugar una partida de cartas. Vladimir apostó, por enésima vez, una cuantiosa suma que perdió finalmente cuando le volvieron a ganar con una flor imperial.
–Anda, vamos a que descanses, no te veo muy bien –le dijo a Vladimir, quien estaba un tanto mareado y comenzaba a dar muestras de agotamiento. –Sí, creo que ya es demasiado tarde, –le contestó mirando el reloj de pared. Se disculparon con los anfitriones y salieron al jardín.
Al pasar junto a la piscina, estuvo a punto de caerse, pero alcanzó a tomarlo del brazo y lo llevó a una de las habitaciones de la planta alta. Ya dentro, apagó las luces y se extendió al buró para encender unas velas. En cuanto pudo, le acarició el pecho con la mano extendida, en pequeños círculos, como si fuera un masaje para calmar los nervios.
De inmediato se oyeron los suspiros de aprobación. Vladimir no dudó en bajarle el cierre de la falda y deslizarla hasta sus rodillas. Tomó su mano izquierda y la condujo al sitio donde su pasión comenzaba a perder el control. Luego le fue quitando la blusa broche por broche, con la gustosa colaboración de Lilí.
Siguiendo una trayectoria circular aumentó la intensidad de las caricias y aunque la fuerza de sus gemidos era considerable, no alcanzaron a escucharlos por el estruendo de la música que afuera se escuchaba a todo volumen. Subió encima de su cuerpo y por un rato que pareció perpetuarse, sintió la virilidad que tanto había imaginado, esa que tantas noches había gozado para dejar de sentirse sola.
Le había prometido a Romina “portarse bien”, pero eso era una promesa que ahora prefería ignorar, aunque quizá tuviera que arrepentirse a la mañana siguiente. Decidió olvidarse de lo que pudiera pensar su amiga. Afuera de la habitación, la gente seguía enfiestada.
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