jueves, febrero 08, 2007

EL TORBELLINO DEL DESEO


La noche desciende suavemente sobre la agitada ciudad, y Vladimir tan sólo desea encontrarse de nuevo con Lilí. Le parece hermoso buscar su cuerpo en medio del infinito. Se dirige al lugar donde está seguro que podrá encontrarla, mientras el tiempo cabalga lento y sus pasos se alargan para tocarla. Vladimir la observa de pie, frente a él está el cuerpo de ella, que recorre con sus manos lúbricamente, deslizándose por la tela de su breve indumentaria; va dejando a la vista la totalidad de sus senos, tan deseosos de ser besados como sus labios humedecidos y entreabiertos.

Con la temperatura elevada y el corazón agitado, alcanza a pronunciar el nombre de Vladimir en la exquisitez de sus labios, y Lilí le regala una sonrisa perversa, envuelta en un sutil halo de ternura, mientras la luna se filtra por la ventana, y su luz llena la habitación hasta bañar caprichosamente su piel. Los movimientos de ese cuerpo lo mantienen obnubilado en la oscuridad de la noche; en ese hechizante y misterioso juego de claroscuros.

Su corazón no hace más que latir aceleradamente. Se deja envolver por las sensaciones y la necesidad de acecharla se vuelve apremiante. Su respiración se vuelve entrecortada. Comienza a desearla desesperadamente y de pronto la mira jugar con sus dedos atrevidos, recorriendo los senderos brillantes de su epidermis.

La siente estremecerse a su lado; presiente que va llegando el momento de hundirse juntos en ese mar dulce y tormentoso porque sus movimientos son cada vez más osados. Mientras sus piernas lo embelesan ante el resplandor lunar, el resto de su cuerpo perlado es avivado por el oleaje de esos dedos que se hunden inquietos, buscando alcanzar la consumación de sus deseos más profanos.

Intuye que va llegando a la cúspide del placer cuando la mira retorcerse, con la desesperación de quien ambiciona detener el universo entero por un momento. Los gemidos y jadeos llegan hasta sus oídos y Vladimir se deja arrastrar en ese remolino, mientras sus sentidos se aferran con espasmos a ese instante, en que sus almas se funden en un mismo goce simultáneo. El escepticismo y las inseguridades de ambos naufragan finalmente, dejando en su boca el dulce sabor de un amor bien correspondido que palpita hasta en el último rincón de su ser.

Cuando la tormenta de sus cuerpos se aplaca, va llegando la calma y las olas se van aquietando también. Ellos se miran a los ojos, mientras flotan en una suave brisa de pulsaciones y exhalan un manso suspiro de satisfacción. Se dicen que todo ha sido inmejorable, envueltos en ese soberano amor que se va adueñando de todo lo que los rodea; sonriendo con la complicidad de saber que el torbellino del deseo, tarde o temprano, volverá a renacer en ambos.

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