miércoles, febrero 07, 2007

UN JUEGO MUY PERVERSO


Se miraba en el reflejo, en el recuadro de la pantalla donde adivinaba su rostro encapsulado en una imagen. Soñaba con olvidarse, seducida a renunciar al más mínimo capricho personal, dispuesta a todo con tal de encarnar en ese goce.

Entonces urdía el intercambio, empecinada en divagar, buscando ir siempre más allá de su imagen real, de la verdad tangible que formaba con su cuerpo; con sus pechos testarudos y sus pezones siempre erectos; con sus brazos y sus piernas en rotación, mostrándose dispuesta y licenciosa ante el ojo avizor.

Lilí le parecía un lindo nombre, tanto que jugaba a intercambiarlo con el suyo y un día se llamaba así y al otro con su nombre verdadero. Le encantaba ese hábito. Era un juego muy perverso. Desconfiaba, pero se hundía en un universo excitante donde podía sentirse muerta y viva al mismo tiempo.

Más viva que muerta, porque la gracia consistía en eternizar su reflejo; observar cómo se movía ante su propio instinto, libre de mostrar su silueta unida al loco deseo de precipitarse convertida en un apuro de realidad, en una profusión de fantasía.

En el fondo era un impostura, una estrategia de sobrevivencia que prefería tomar como pasatiempo a conferirse la derrota menos saludable a los sentimientos. Con un acto tan confidencial como ese, se miraba encantada. Es puro amor propio, reconocía. Un lindo riesgo unido a un lindo nombre.

Jugaba a desaparecer, a fugarse, con la certeza de que nada es para siempre y de que nuestras vidas trascurren como si fueran películas. Quizás por eso gozaba con la ilusión de ser siempre otra, desapareciendo entre la niebla de la media noche.

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