martes, febrero 13, 2007

LA COMPLICIDAD ETERNIZADA


Con el alma tranquila, con la dulzura climática de sentirse pleno, Vladimir le escribe a Lilí. Con la razón más desnuda y verídica de todas; con el amoroso arrebato en el que lo tiene preso. Todo pasado queda disuelto en ese mar de sueños y su quietud momentánea.

Sólo lo que ignoran acerca de ellos le imprime un toque de misterio al hecho de seguirse conociendo noche a noche. En ese laberinto de revelaciones, de guiños a corto plazo y confesiones de madrugada, Vlad y el objeto de su deseo, intercambian los roces que incitan a ensayar lo prohibido. Transitan por el territorio de los amantes que unen sus ímpetus para darle cause a la pasión de su existir.

Allí descubren la naturaleza de sus anhelos, en la trémula ambición de conquistarse a toda hora y con todos los sentidos. Es entonces cuando transmutan juntos lo perverso en un juego de niños, en una bella ilusión que comparten desde la complicidad eternizada de los besos.

Porque el tiempo discurre de un modo distinto, como si no existiera de la forma en que lo conciben a diario.

Porque el mecanismo del universo pareciera detenerse cuando Vladimir y Lilí se entregan por completo; en la más luminosa de las penumbras, en el lecho más ardiente, y con el amor tatuado en sus pieles.

Capaces de encender la hoguera de las palpitaciones, se adueñan de la energía cósmica que sostiene sus realidades imaginarias, en pos de un mundo aparte, de una dimensión cercana que puedan rondar en un mismo cielo, avivando el volcán que llevan dentro.


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