sábado, abril 21, 2007

ANTES DE ASIMILAR EL ABANDONO


ANTES DE ASIMILAR EL ABANDONO, Vladimir aprendió en la cálida mirada de Lilí, que la poesía no necesitaba del verso; que la prosa reflejada en su piel era tan buena como los mejores sonetos para expresar los sentimientos.

Comprendió que el azote de la soledad no es ningún castigo divino ni humano. Tal vez era una suave caricia del tiempo, tal vez sólo era una pequeña escala en la dureza del camino que lo dejaba reflexionar sobre el efímero y difuso pasado inmediato; en la inestabilidad del momento presente o en el incierto y lejano futuro.

Entendió entre pausadas y rítmicas frases, muchas expresiones de la grandeza que se oculta en lo breve y en lo sencillo; en lo pequeño y en lo minúsculo: en ese gesto de Lilí con su mano cariñosa sobre la piel anhelante de Vladimir.

Por eso siguió contemplando la lluvia, el continuo tamborileo de las recias gotas sobre los vidrios. Vlad siguió mirando su continuo rocío mientras se saciaba la sed de la tierra, y creyó verla en cada gota, en cada uno de sus giros; en cada uno de sus quiebres al tocar el piso, como impulsadas por la ventisca.

Ella quedó envuelta, sencillamente, en medio de algo que nunca creyó que pudiera ocurrirle; no daba crédito a lo que habían visto sus ojos, sentido sus dedos, su piel; a nada de lo que habían escuchado sus oídos en la penumbra de la vida donde no habita la comprensión mutua.

Así, la historia de dos enamorados, se volvió la desazón del que sufre por un amor que ha perdido la fe. Inundada por una serie de esencias pretéritas, de mixturas obstinadas que acabaron con el sueño de alimentar al ave de la esperanza: único pase de entrada al paraíso perdido de los enamorados.

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