viernes, septiembre 14, 2007

CON LA ODEBIENCIA LIBRE DE LA PASIÓN

En la tarde húmeda y llena de nostalgia, una voz llama en la intemperie de la atmósfera enrarecida. Vladimir ansia sentir a flor de piel el calor de su amada, encontrarla en la misma noche inquieta que se sobrepone a la demora de las horas muertas.

Por su ventana indaga la manera de invocar el deseo incontenible de su preciosa Lilí. Una constelación de estrellas diminutas es la vista predilecta al levantar los ojos extrañando su presencia. En esa frágil frontera entre la necesidad apasionada de volver a poseerla y la memoria viva de los encuentros sostenidos, intenta llamarla desde el pensamiento.

Vladimir quisiera mirar su rostro iluminado por los minutos que pasan juntos, en el tiempo sin tiempo de la pasión amorosa. En esa especie de remolino que arroja lejos de la conciencia todas las demás preocupaciones de la vida y todas las escenas que no valen la pena.

Únicamente abrazándola con tenacidad, imaginándola tal vez ausente pero inolvidable, viéndola quizá en una circunstancia posible pero totalmente indeseada; el momento en el que ya no estuvieran juntos ni en espíritu, acaso tan sólo en la memoria.

De repente, ya no sentía con la misma intensidad el vínculo exclusivo que se había conformado desde el primer día de su enamoramiento. Ambos comenzaban a pagar ese precio, que les parecía poco comparado con la plenitud del instante; con la promesa esperada de una soledad compartida.

De un tiempo atrás se escribían como si ninguno de los dos tuviera remordimientos, con palabras dispersas que le daban forma propia a los sucesos restándoles importancia.

Tan lejanos de lo próximo, tan cercanos de lo ausente, buscaban en realidad una rendija por donde amarse, porque ya se sabe que quererse resulta la mayor de las veces algo complicado, sobre todo cuando el ánimo de las dos personas es tan diferente.

Hasta ahora eran una pareja húmeda, fértil el uno para el otro, adivinándose sin fin por toda su geografía. Ni en compañía de otros amores habían conocido transformaciones tan súbitas, ni que fueran tan pronto de la pasión al reposo, de la tranquilidad al incendio, de la serenidad a la desmesura.

En el escenario donde Vladimir ya no estuviera con Lilí, aunque su recuerdo lo acompañara por siempre, rogaba al cielo sentir sus besos nuevamente, mientras una ventisca se colaba en su habitación solitaria, en espera del tiempo preciso en que ella lo sorprendiera con su llegada.

Sabía en el fondo, que cada vez que se reconocieran, sus cuerpos volverían a unirse con la obediencia libre de la pasión.
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