lunes, febrero 19, 2007

LA POESÍA DE LA FLOR


Sí, le gustaban los jardines y los campos floridos, los motivos que adornan los paisajes de la tierra. Vladimir conocía a fondo la era histórica que había enfrascado a los conquistadores españoles en un México cosmogónico.

De todos los ámbitos de su vida, una de las pasiones que ocupaban mayor espacio entre los días de sus semanas, era admirar los encantos de la naturaleza.

En la universidad había descubierto que la palabra Flor era uno de los veinte signos de los días en la escritura antigua de la edad precortesiana. La Flor es también el signo de lo noble y lo precioso.

Además, representa los perfumes, posada en su estricta simetría, unas veces como atributos de la divinidad y otras para la decoración exterior de utensilios.

Los dibujos del códice Vaticano la representan con una figura triangular con torzales de ramas; la diosa de los amores lícitos, colgada en un festón vegetal, baja a la tierra, mientras las semillas revientan en lo alto, dejando caer hojas y flores.

Cuando visitaba lugares arqueológicos, o estaba de algún modo en contacto con la naturaleza, buscaba la poesía de la flor, la belleza y la acuarela multicolor de los amplios valles.

Con la erudición ejemplar del mismísimo Netzahualcóyotl, el príncipe desposeído que vivió algún tiempo bajo los árboles, nutriéndose con sus frutos y componiendo canciones para solazar su destierro.

En algunas de sus improvisaciones, sus metáforas tenían cierta audacia mezclada con una aparente incongruencia. Para Vladimir, la inspiración estaba en ese mundo en el que se internaba como en un jardín secreto para buscar a su amada Lilí.

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