domingo, septiembre 30, 2007

EXTRAÑÁNDOLA A SU LADO

Sentía que finalmente iba a claudicar. Al no tenerla cerca sólo podía soltar el recuento de palabras que delataban las huellas de su melancolía.

Escribirle era como volver hacia atrás para repetir lo sucedido más serenamente, desde un punto de vista superior, viendo con un asombro genuino los instantes que se van encadenando con el paso del tiempo.

Estaba seguro de que la vida se iba escribiendo consecutivamente en un libro cuyas hojas le servían para llenar los vacíos, rectificar los errores y también para jugar a corregir las posibilidades de la propia vida.

Recostado en su cama, Vladimir entendía penosamente que estaba solo como todos y se disponía a evocar la presencia de su adorada Lilí, pero sólo alcanzaba a suspirar hondamente antes de mirar el recuadro donde se mostraba su recóndita fotografía.

De pronto, se había fijado entre los dos un límite que se extendía sin previo aviso; como si se tratara de un muro impalpable, era una suerte de fraternidad donde se excluían las intimidades y otras personas recibían las caricias reservadas en una especie de acuerdo no pactado.

Dicen que las adversidades conforman los eslabones de todos los días, pero Vladimir le imploraba a los cielos que ahora su historia no fuera otra pequeña tragedia amorosa.

Todavía seguía amándola y la invocaba desde la distancia, en la lejanía de los cuerpos que se separan sin desearlo, pero con la cercanía insistente en la memoria que guarda intactos los momentos más bellos.

Quizá volvería a encontrarla ya entrada la noche, si el destino se lo permitía, para darle el abrazo más tierno, luego de oler su cuello y robarle un beso por cada hora sin tenerla, por cada sollozo extinguido, por cada instante extrañándola a su lado.

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